Gracias a Roger Bartra, leí esta semana “The Ideological Brain: The Radical Science of Flexible Thinking” (El cerebro ideológico: la ciencia radical del pensamiento flexible) de la muy joven neurocientífica Leor Zmigrod. Le recomiendo la reseña de Bartra en el número de junio de Letras Libres, titulada “el exocerebro político”. Aquí sólo incluiré algunas ideas del libro que pueden complementarla.
Para Zmigrod, las ideologías ofrecen descripciones absolutistas del mundo y recetas que las acompañan de cómo debemos pensar, actuar y relacionarnos con otros. A diferencia de la cultura, en la ideología la falta de conformidad es intolerable, es esencial un alineamiento total. Cuando la desviación de las reglas lleva a castigos severos y ostracismo, nos hemos movido de la cultura a la ideología.
Zmigrod encuentra que la rigidez en la forma de pensar está muy correlacionada con la rigidez cognitiva: aquellos que sufren para cambiar cuando las reglas del juego cambian, tienden a tener las actitudes más dogmáticas. En su investigación, descubre que esta rigidez está asociada a la forma en la que la dopamina se distribuye en el cerebro, que está determinada por un par de genes. Hay dos regiones en las que existen receptores para la dopamina, en la corteza prefrontal y en el cuerpo estriado.
Nos dice que, en el estudio más grande hasta la fecha, “encontré que los individuos que son cognitivamente más rígidos tienen una predisposición genética que concentra menos dopamina en la corteza prefrontal, el centro de toma de decisiones del cerebro, y más dopamina en el cuerpo estriado, la estructura que controla nuestros instintos rápidos”. Esto resulta de que tener más dopamina en la corteza prefrontal permite una mayor adaptación al cambio de reglas del juego. Por eso los pensadores flexibles tienen más altos niveles en esta región cerebral. Por el contrario, la abundancia de dopamina en el cuerpo estriado produce reacciones más rápidas y fuertes frente a las contrariedades.
Esto significa que hay una base genética para la rigidez cognitiva y para la tendencia a la ideología, que no necesariamente tiene que cumplirse, porque como todo, hay un efecto del entorno en la expresión final de los genes, lo que se llama epigenética. En esto, Zmigrod identifica dos fenómenos que aceleran esa expresión: la exclusión y la escasez. Quienes se sienten excluidos, expresarán más esa rigidez cognitiva y eventualmente ideológica.
Por otra parte, la vulnerabilidad individual puede exacerbarse si el ambiente selecciona sobre esos sesgos que tiene la persona. Es la manera en que las sectas funcionan, pero es también la forma en la que la tecnología puede resultar especialmente tóxica para ellas. Oculta las fuentes, la verdad y confiabilidad de las imágenes, y resulta un mecanismo de radicalización.
La ideología resuelve los problemas del cerebro para predecir lo que ocurre y para comunicarse con otros. “No hay nada tan ordenado en la vida como vivir dentro de una doctrina ideológica”, dice. Ser ideológico es adoptar una doctrina y una identidad rígidas. Pensar ideológicamente es entonces pensar de forma que rígidamente se adhiere a una doctrina e impide la actualización de las creencias frente a nueva evidencia.
Por el contrario, “encontré que la flexibilidad mental está conectada de forma única con una oposición al dogmatismo: la humildad intelectual”. Esta flexibilidad, por cierto, está conectada con la falta de creencias religiosas.
En términos políticos, Zmigrod encuentra que la extrema derecha y la extrema izquierda son cognitivamente muy similares entre sí: rígidas y dogmáticas. La máxima flexibilidad, en cambio, se ubica ligeramente a la izquierda del centro.
Se trata de una rama de las neurociencias que está apenas en desarrollo. Sin duda veremos más estudios que confirmen, corrijan, o amplíen lo aquí comentado. Sin embargo, creo que es una información que llega en un momento muy importante para entender mejor lo que hoy ocurre en el mundo y en México.
El libro de Zmigrod es valioso, pero trabaja desde el modelo clásico: parte de la idea de que hay rasgos cognitivos estables —como rigidez o necesidad de cierre— que se reflejan en el cerebro y predisponen a ciertas ideologías. Lisa Feldman Barrett lo cuestionaría de raíz. Su enfoque, el modelo construido, sostiene que emociones e ideas no son respuestas automáticas del cerebro, sino productos de interpretación situacional, aprendizaje y contexto cultural. Decir, por ejemplo, que la amígdala es responsable del miedo es, a pesar de su popularidad, una idea simplista y mecánica que no se sostiene científicamente. Nada es tan simple en el organismo humano.
Desde ahí, lo que mide Zmigrod (test cognitivos, activación de la amígdala, correlaciones con ideología) no son causas; más bien, se trataría de manifestaciones de procesos más complejos y variables. El riesgo es naturalizar lo político y pasar por alto que el cerebro no solo reacciona: también interpreta, categoriza y construye. Vale la pena revisarlo, pero sin olvidar que medir no siempre es explicar.